- No. – sollozó ella. – No aguanto más tu indiferencia, cuando te digo que hagamos el amor; no estoy pensando en sexo, pienso en amor, si, en amor, abrazarte es hacer el amor, besarte es hacer el amor, acariciarnos es hacer el amor, dormirme abrazada a ti es hacer el amor, decir te amo es hacer el amor, estar pendiente de ti es hacer el amor, los pequeños detalles es hacer el amor, pero tú eres carne, solo eso y me ves a mí como eso; como carne, la carne que satisface tus deseos, porque tú no eres amor, eres solo un bulto de carne. –Lloraba amargamente ahogándose en cada palabra. – Ya no te quiero, pedazo de carne inhumana. – Corrió a su habitación cerrando de portazo mientras él la seguía, golpeó la puerta pero ella no abrió.
Esa noche él durmió en el sillón, sentía mucho frío y sentía pena por ella, estaba arrepentido de sus palabras, pero no había nada que hacer, ya las había dicho.
Por la mañana ella se levantó y preparó el café pero no lo sirvió, tampoco sirvió el desayuno, no hubo beso de despedida, ni siquiera palabras.
Durante el día ella se dedicó a limpiar y a hacer recuento de las cosas que la unían a su marido, pero no encontró nada, nada más que recuerdos, esos de las veces primeras donde todo es color de rosa y en donde se promete amor eterno.
Él no pensaba o al menos eso parecía, solo estaba serio y callado, llegó por la noche a su casa y no hubo beso de recibimiento, tampoco cena puesta.
Transcurrió la vida de la misma forma durante tres semanas, el sillón frío y duro, la habitación cerrada, ausencia de palabras.
Una tarde él regresó temprano, la encontró sentada al borde de la cama, leyendo cartas de amor, aquellas que él había enviado durante el noviazgo, la observó detenidamente, la vio hermosa, la blusa blanca ajustada marcaba sus bien formados pechos, el cabello muy bien cuidado como siempre, sabía que había llorado, estaba agachada, se inclinó cerca de ella, la tomó del mentón y levantó su rostro.
- Perdóname.- Le dijo. – Soy un estúpido, discúlpame, a veces el cansancio me hace decir cosas. –ella no decía nada, ni siquiera lo miraba, él hablaba y hablaba, sus palabras eran sordas a los oídos de ella.
Él le besó el cuello, no hubo respuesta, le besó la boca y tampoco hubo respuesta, le desató dos botones de la blusa y metió su mano acariciando delicadamente un seno, ella no se inmutó.
- ¿Qué te pasa? – dijo.-antes vibrabas con una sola de mis caricias. – ella no respondió. -Te estoy hablando, dime que ya no sientes nada, no lo creo.- la besó con violencia, rompió su blusa tirando todos los botones, la empujó sobre la cama y se echó sobre ella poseyéndola con bestialidad. Consumado el acto salvaje, lloró como un niño. Ella caminó hacia la puerta y con los ojos enrojecidos le dijo.
- Ahora no solo no te quiero, ahora también te odio.