jueves, 7 de julio de 2011

B u m e r á n










































(Jamás mis ojos conocieron criatura igual)

A mis años desperté la pasión en una persona menor que yo. Y empecé a soñar con aquel ser tierno y dulce. Las ganas de llorar venían a mí en locas envestidas, le deseaba con todo el ímpetu de mi ser experimentado. Nadie me lo dijo, yo me di cuenta, sus ojos no mentían, lo descubrí detallando mi rostro con su mirada, como si estuviera haciendo una pintura, pintura que quería dejar grabada en su memoria.

Se sintió cohibido al ver que yo, ya lo había descubierto, bajó su rostro y trató de esconder sus ojos de los míos.
En aquel instante me pareció aquel páramo un lugar edénico. Y las flores se abrieron por la noche y aspiré aquel perfume abstracto que traía la brisa.
- ¡Que locura pensé!, es apenas un niño, pero sus formas decían lo contrario.
-Tengo una cita con la Sabiduría. - Me dijo. Asentí y lo dejé ir, segura de que volvería.
Morfeo me abrazó y me perdí en aquellos brazos, hasta que la luz del nuevo día hirió mis pupilas.
Por algunos días su ausencia me desconcertó, mis ojos necesitaban el colirio de su imagen.  No sabía a donde había ido, pero ya le extrañaba.

- Estuve con la belleza   - me aclaró.  Sentí celos, los celos que nunca sentí por nadie, pero yo no podía dejar al descubierto mis sentimientos y me tragué aquella rabia.

Nuevamente sus ojos esquivaban los míos.  – ¡Si el supiera! Pensaba yo, si supiera que yo también le estoy amando en secreto, pero como decírselo, como faltar a mi cordura, como abrir la verdad de mi corazón.
Coincidíamos en el mismo lugar, pues ambos éramos amigos de la Sabiduría y eso era más que un pretexto para podernos ver.
Los días se iban uno tras otro, metidos en una semana, o en dos, o… en tres, no sé.   Me acosté sobre las frías baldosas de aquel lugar y viendo el cielo estrellado empecé a soñar...
Le vi en la azotea de mi templo y lo convertí en mi semidiós, él vislumbra mi presencia desde lo alto, agita sus brazos y me llama. Voy sin demora, es tan alto el lugar donde está, que mi respiración está entrecortada, espera a que se normalicen los latidos de mi corazón.
– Cierra los ojos y piénsame,  -me dice,  -obedezco,  -le veo, me ve y me declara su amor. Le tomo la mano y el besa la mía con miedo, pero deseando quizás besar mi boca, luego le veo sollozar por la impotencia de sus tiernos años y de saberme ajena, estalla en llanto y le abrazo, enjugo sus preciosas lágrimas, me expone la culpabilidad de sus sentimientos, le libro de toda culpa y la tomo para mí.

¿En que momento empezó todo? Ni siquiera me di cuenta en que momento él decidió que yo era la persona adecuada ¿En que momento los dos erramos llevados por la atracción?

Es esbelto, es moreno, es él, la criatura más linda que han visto mis ojos.

Me mira, me quiere sacar de mi mundo de misticismo, me mira de nuevo, me sacude de los hombros deseando sacarme de ese mundo irreal en el que estoy metida, amenaza con pararse en la orilla de la azotea, desplegar sus brazos como si fuecen alas y alzar el vuelo.
Me abrazo a sus piernas, le suplico que se quede en mi mundo de fantasía, se apronta a bajar y en suelo firme, atisba a su alrededor, cerciorándose de miradas furtivas, me atrae con violencia hacia él, rompe mis labios en un beso sansonésco, liba mi sangre cual si fuera miel, no hay remordimiento, me deposita en el suelo frío, sin importar ya nada.

¿Quién sabe la diferencia entre una hora y otra, cuando el tiempo se detiene?  Solo sé que salté en el tiempo veinte años atrás y él veinte años adelante.
Abro los ojos y él da la vuelta, la realidad es mentira, o… ¿la mentira es realidad? Le veo alejarse, me lanza una mirada amistosa, ¡amistosa! Que cruel verdad, solo el tierno beso de su boca carnosa aun arde en mi mejilla encendida.
¿Cuando fue que empecé a exagerar todo? Un apretón de manos; un abrazo, -un inocente beso en la mejilla; besos desenfrenados hasta hacer sangrar la boca, -un abrazo fraterno; la posesión.

Tengo una cita con la sabiduría, -me dijo.  Asentí  y lo deje ir, segura de que volvería.

Morfeo me abrazó y me perdí en aquellos brazos, hasta que la luz del nuevo día hirió mis pupilas.



 Fin




El olor de los geranios

Luisa llevaba el lienzo en una mano y en la otra los pinceles y la caja de las pinturas, andaba a paso ligero, pues ya casi era la hora de la comida.
Cuando pasó, el aroma fue inevitable, el olor a geranios era evidente, Omar la miró con rabia y conteniendo la ira de los celos le preguntó
– ¿Dime que no conoces a otro hombre más que a mi? 
- Así es. –respondió ella, con ímpetu  y rabia contenida
 -Mentirosa.-pensó él, -como es posible que  mienta tan descaradamente, cuando ese olor que trae no deja lugar a dudas, me engaña con el pretexto de que va a pintar, con  alguien debió haberse visto en el campo, seguramente allí mismo se revolcaron, ese es un olor de monte, necesito tener la certeza para matarla. 

La intención del beso fue rechazada como si estuviera rechazando un veneno que no se quiere tomar.  Luisa no comprendió el rechazo y se encogió de hombros, ya estaba acostumbrada a los procederes de su marido, se introdujo a la casa dispuesta a cocinar, su esposo había invitado a un viejo amigo, que recién había llegado del extranjero. 

Con la prisa que llevaba, Luisa rozó con aquella mata de geranios, impregnándose el olor en su falda, siguió tan rápido como iba  y tropezó con Nelson, pidió disculpas  y sin fijarse en aquél;   continúo su camino apurada.  Nelson se detuvo a observarla, pensando en lo hermosa que era, y en el perfume tan extraño que llevaba puesto, caminó en dirección de donde había salido ella, no ha mucho andar, le llamó la atención unos geranios floridos, se acercó a contemplarlos, fue entonces que comprendió de donde venía el olor de la mujer que había tropezado con él, en ese momento envidió la planta que la impregnó pues por lo menos ella le había dejado su perfume y el fue solo un  obstáculo con el que ella tropezó y la había dejado ir sin dejarle nada de él.    
Nelson cogió unas cuantas flores y las apretó en sus manos hasta deshacerlas, tratando de sacar de ellas la esencia de la mujer que lo acababa de impresionar.   
 Cuando se encontró con Omar, le estrecho la mano, Omar retrocedió horrorizado y con furia incontenible le espetó,
 -¿que olor es ese que traes?  -Nelson sorprendido respondió
–Me lo dejó la mujer con la que acabo de tener un encuentro.
Fue ahí mismo que se le fue encima, y tomándolo por el cuello lo intentó  estrangular, al tiempo que le gritaba, - maldito, tenías que ser tú.
Nelson se lo quitó de encima y preguntaba sorprendido.
– ¿Pero que te pasa?, ¿estás loco?,  hemos sido amigos toda la vida ¿que tienes?
- Miserable. -chillaba aquél-.  -y todavía me lo preguntas, pero si es obvio, te metiste con algo de mi propiedad, con lo que más amo en la vida.
- ¿Pero de que demonios me hablas? preguntaba Nelson confundido y guardando distancia de su amigo, que en ese momento estaba convertido en la más salvaje de las fieras. – antes de que sigas con tu agresión explícame, dime que hice, o terminaré creyendo que estás loco de remate.

Tratando de calmarse, pero con resuellos de toro  bramó. – niega que eres el amante de mi mujer, con el que se mira todos los días so pretexto de ir a pintar, ¿Desde cuando me están viendo la cara?, ¿ya la conocías verdad? y yo de idiota te la iba a presentar, te traje a mi casa para que la conocieras, quería que vieras lo hermosa que es, quería que me envidiaras, por haber conseguido a la mejor de todas, a la más bella, pero ya vi que a la que conseguí, fue a la más pu…     -No terminó la palabra porque desde la puerta, Luisa había presenciado la escena, y antes de que pudiera decirla, se le abalanzó con su mano abierta en el rostro y le dejo ir tremenda cachetada.
– No te atrevas siquiera a mancharme con tu sucia boca, ya estoy harta de tus celos sin fundamento, esta fue la gota que derramó el vaso, no te aguanto una más,  además; ¿Qué tiene que ver este señor, jamás lo he visto en mi vida?   
- No seas cínica, no trates de disimular, la evidencia está ante mis ojos.
Rompiendo en llanto Luisa emprendió tan loca carrera que desapareció ante la vista de los dos hombres.  Omar quiso correr tras ella, pero Nelson se lo impidió.
-Déjala tranquila, ¿como es posible, que hayas inventado una historia tan absurda  como la que acabas de decir? pobre mujer, tenía que conocerla en estas circunstancias, yo vine con todo el deseo de conocer a la mujer que por fin te pudo atrapar, porque si mal no recuerdo, decías que nunca te casarías, y hubiera sido lo mejor para esa  muchacha que acaba de huir de tu presencia.  
Confundido Omar, interrogó  -¿No me digas que es la primera vez que la viste? si todo los acusa, traían el mismo olor, los dos son unos…
- Cállate Omar, ya no sigas hablando sandeces, te voy a explicar lo que pasó, solo te lo diré una vez, y a partir de que termine de hablar, me marcharé y aquí queda concluida nuestra amistad.                  
Nelson  relató lo ocurrido, dejándole claro a Omar; que sí se había sentido atraído por ella, pero que ella ni siquiera se había fijado en él, según era la prisa que llevaba. Y terminado el relato, dio media vuelta y se fue.
Omar se sentó en el peldaño que daba acceso a su casa y como un niño que acaba de perder su mejor juguete lloró amargamente. 
Por todos los medios trató de que Luisa lo perdonara, pero ella ya estaba muy resuelta, esta vez no cedería, demasiadas veces había soportado las escenas de celos de su marido, pero ésta ya era el colmo, y lo poco de dignidad que le quedaba no la iba a perder volviendo al lado de un hombre que no le tenía ni el más mínimo respeto.

Difícil fue la separación para ambos,  se amaban no cabía duda, pero era mejor cortar por lo sano antes de que aquello se volviera una enfermedad incurable.
El divorcio duró,  el tiempo que Omar quiso que durara, aunque por el hecho de no tener  hijos, el proceso era más rápido, pero el se empecinaba en que todo se podría arreglar, gastaba las promesas de cambio, pero  Luisa  ya no le creyó  y a él no le quedó mas remedio; que firmar el acuerdo de separación. 

-Ahora eres libre.  –le dijo.  – pero el día que te vea con otro… te mato. -le sentenció.   Con profunda decepción y tristeza, ella respondió.
-¡Claro! no podía esperar menos de ti, que lástima por los  años que perdí a tu lado, me alegro haber tenido la cabeza bien puesta para no darte hijos, ahora te lo puedo decir, los evité, esperando embarazarme el día que cambiaras, pero ese día nunca llegó, y aún después de este proceso te atreves a amenazarme, que poco hombre me resultaste,  espero que te olvides de tu amenaza, porque yo no estoy muerta y estoy dispuesta a rehacer mi vida, no voy a permitir, que me sigas amargando la existencia, si te empeñas en hacerlo; no dudaré en enviarte a la cárcel.
Su tono era resuelto, no había miedo, hablaba con tanta dignidad y seguridad, que Omar no pudo más que admirarla y pedirle perdón por última vez.

Luisa se refugió en la pintura, los geranios en flor; habían quedado tan perfectos en el lienzo que parecían reales.
-Son tan perfectos que puedo sentir su olor, le dijo el hombre que a menudo se sentaba en la banquita  frente a ella, para verla pintar.
-¿Y usted quien es? -interrogó ella, que hasta ese momento no se había percatado de la existencia de él.
-Soy su más fiel admirador, llevo dos meses observándola, y hasta hoy, he visto una expresión de alegría en su rostro, por eso me atreví a hablarle.
-Disculpe pero no tengo tiempo de quedarme a conversar, tengo prisa.
-Como siempre
-¿Qué dijo?
-Digo que siempre anda a prisa, aunque ahora ya no hay motivo.
-¿Motivo?
-Claro, ya terminó su cuadro, ahora disfrútelo y tómese su tiempo.
-No se porque razón su cara me es familiar.
-Claro que le soy familiar, siempre me siento en la banquita frente a usted.   
-Ah, debe ser por eso.
    
Colocó el cuadro en la pared frente a su cama, lo observó detenidamente y hasta le pareció que tenía movimiento, un penetrante olor la sacudió, pensó que estaba quedando loca,  y de golpe vino la frase a su cabeza. –“Son tan perfectos que puedo sentir su olor”. 
-¿Pero que me pasa?  -se dijo. –como puedo percibir el olor natural de los geranios a través de una pintura,  ¿me estaré volviendo loca?  – sonrió por la ocurrencia, había estado tan cerca de los geranios por tanto tiempo que ya tenía impregnado el aroma en su cerebro.
Se preparó un café,  disfrutó cada sorbo, tomó el libro “Cien años de soledad” que tenía a medio leer, pensó que Macondo era un buen lugar para vivir, lástima que fuera una invención del autor del mismo, trató de concentrarse en la lectura.
– Que lectura tan difícil. –Se dijo. - en que estaría pensando el Gabo.  Colocó el libro de nuevo en su lugar y  reflexionó; que desde el divorcio, su vida era tan gris, que sus momentos de claridad, eran cuando se dirigía al parquecito a pintar.

Esa noche durmió como no lo había hecho en mucho tiempo, había terminado un proyecto y por el momento no tenía otro en mente, solo la confianza de que el
nuevo día le traería un cambio positivo en su vida.
Despertó con la habitación toda iluminada por el sol de la mañana, más radiante no podía estar.  Se sentó en la cama, pensó en repetir la rutina de siempre; tomar un baño, vestirse apropiadamente, arreglar la cama, prepararse un desayuno sano a base de frutas, regar las pocas plantas que tenía, ir a la esquina por el periódico, luego dejarlo en la mesa sin leerlo, encender un incienso de sándalo para la buena vibra, después ir a atender su tiendita de velas y medallas. Pero hizo todo lo contrario; no se bañó, se puso un pantalón flojo de manta, una camiseta ajustada, se preparó un par de huevos con tocino, metió ruido en la casa con la música de Elvis Presley, bailó un poco; salió   así descalza como estaba, no porque se hubiera olvidado de calzarse, si no; porque  por un día quiso ser rebelde, había pasado tanto tiempo preocupándose por el cuidado de sus pies, porque sus zapatos estuvieran siempre impecables y por mantener una imagen muy cuidada.
Caminó por varias calles, se dio cuenta que la gente la observaba,  adivinaba lo que pensaban de ella, seguramente la tomaban por loca, entonces cuanta más sorpresa miraba en las personas, más gusto le daba, y les dirigía el mejor de sus saludos.
Llegó al parquecito, se sentó en la orilla de la fuente e introdujo sus pies en el
agua, no pasó mucho tiempo en este deleite ya que se le acercó un guardia y la hizo salir diciéndole que estaba prohibida tal práctica y que si la volvía a ver en lo mismo se la llevaría arrestada. Retomó el camino de regreso a su casa, se detuvo a comprar un algodón de azúcar, mismo que le regalo al primer niño que encontró. 

- La sabiduría del sabio radica en sus pies. –sonó una voz a sus espaldas. Volteó bruscamente.
- ¿Quién es usted? ¿Y que dice?
- Soy el de la banquita frente a su pintura, y le digo que la sabiduría del sabio radica en sus pies.
-¿A que se refiere con eso? ¿Se burla de mí porque ando descalza?
-No me burlo, todo lo contrario la envidio, me refiero  a que la sabiduría  del sabio  está en sus pies, porque unos pies cómodos hacen que uno piense mejor, pies oprimidos dentro de unos zapatos, solo le darán pensamientos oprimidos.
Luisa rió de buena gana, pensó que tenía lógica todo lo que aquél hombre de la banquita frente a su pintura decía.
- Y a propósito ¿cual es su nombre? porque usted no se llama el de la banquita frente a su pintura.  Ambos rieron de la ocurrencia y se detuvieron para presentarse formalmente.
- Mi nombre es el hijo de Nel
- ¿Cómo? ¿pero quien se puede llamar el hijo de Nel?
-Yo, pero dígame Nel
-Nel, que extraño, pero allá usted, cada quien con sus asuntos. Mi nombre es…
-Luisa.
-¿Como sabe?
-Bueno, cuando a uno le interesa alguien, hace todo lo posible por saber de ella.
-y yo le intereso, ¿pero como? si ni siquiera me conoce.
-La conozco más de lo que usted piensa.
-Bueno, y… ¿cuales son sus intenciones conmigo?, porque le advierto que si usted anda buscando una relación, puede ir desapareciendo por donde apareció, no tengo ningún interés en relacionarme con nadie.
-No se preocupe que yo tampoco tengo ese tipo de interés, casualmente yo pasaba por aquí y me pareció buena idea conversar un poco ya que cuando usted pintaba nunca la quise interrumpir, pero ahora no es el caso, por eso me atreví a hablarle, pero si le molesto le puedo hacer caso y desaparezco.
Luisa pensó que había sido muy grosera, con aquel hombre que solo intentaba ser amable con ella.
-Discúlpeme, no me haga caso
-¿A donde se dirige?
- A cualquier lado y a ninguno, solo caminaba
- Perfecto, si me deja acompañarla a cualquier lado y a ninguno, me sentiría muy honrado.
- ¿Siempre es tan galante y educado?
- No, solo cuando la persona se lo merece.
- Pero yo no me lo merezco, fui muy grosera con usted.
- ¿de veras?, no me di cuenta
- Lo dicho; es usted muy galante y educado.
- ¿Me permite un momento? necesito hacer algo para estar a tono con usted. –Nel  se quitó los zapatos. – ¡Listo!  Ahora somos dos.
- ¿Que irá a pensar la gente de nosotros?
- Le importa mucho lo que piensen
- No, me da igual, hace tiempo que dejé de preocuparme por eso.
- ¿Qué hará por la tarde?
- No lo se, he decidido no preocuparme por lo que haré después.
- Bueno, si no hay planes, me gustaría invitarla a…    - no lo dejó terminar.
- Lo siento, las invitaciones masculinas están fuera de mi vida.  – Aligeró el paso, dejándolo  atrás y con una expresión de confusión en su rostro.
Él no intentó seguirla, dio la vuelta y caminó en sentido contrario. Luisa se detuvo, volteó para ver si él venía detrás, y ya no lo vio.

Los días transcurrieron de la misma forma en que transcurren siempre, para Luisa no había novedad, volvió a su rutina de siempre, tenía que atender su tiendita, porque sino; de que iba a vivir, había rechazado la pensión que su ex esposo le propuso, no quería aceptarle nada, para que no tuviera ningún derecho sobre ella,  cortó  de raíz cualquier cosa que pudiera  recordárselo.
A diario pensaba que debería emprender de nuevo la pintura, pero no había visto nada que le llamara la atención para poder plasmarlo en un lienzo, y cuando meditaba en esto; imaginaba al hombre sentado en la banquita frente a su pintura, ¿que sería de él?,  la ultima vez prácticamente lo había corrido, se sintió muy mal por ese recuerdo, a lo mejor aquel hombre era un alma solitaria como ella y andaba en busca de compañía, entonces le vino la idea más grandiosa que se le pudo ocurrir en ese momento, haría una pintura de aquél hombre, lo haría vestido de negro, pues el negro para ella significaba soledad, lo pintaría  sentado en la banquita donde él la conoció, le agregaría un manojo de geranios a una de sus  manos, porque gracias a ellos lo había conocido, tenía que cuidar cada detalle en su pintura, era un hombre elegante de finos modales por lo tanto, lo haría con la pierna cruzada, el dedo índice de su mano izquierda tocando la cien, como si analizara algo que en ese momento estaba viendo ¡si! haría que la pintura hablara por si misma, y para rematar; que mejor detalle que pintarlo descalzo, para recordar aquel único día, que tuvo la oportunidad de conversar con él, y que se había puesto a tono con ella al quitarse los zapatos.
Se armó de todos los implementos necesarios, para iniciar la labor, decidió que el domingo era un buen día, para dedicarse a él.  
Colocó su caballete, puso el lienzo , vio hacia la banca, pero Nel no estaba, por un momento deseo verlo sentado ahí, para que su pintura fuera más fiel, pues tenía miedo que sus recuerdos la traicionaran, siempre había sido una mujer despistada y  por lo general casi nunca se fijaba en las personas o en sus detalles.   
Tres domingos habían pasado, la pintura iba tomando forma, ya se podía distinguir a un hombre sentado sobre una banca, el rostro aun no se hacía, Luisa tenía la esperanza de volverlo a ver para no fallar en sus facciones. Al quinto domingo, su corazón dio un vuelco, Nel estaba ahí, en la misma banca, observándola con deleite y admiración, no le dirigió la palabra, solo la miraba agitar los pinceles sobre el lienzo y de vez en cuando echarle una mirada a su rostro. Ella igual; tampoco le dirigió la palabra, pero rogaba en su interior que aquel hombre no se fuera de ese lugar, quería que él adivinara sus deseos. Aquella mirada fija la empezó a trastornar, sintió encenderse  sus mejillas, aquellos ojos penetraban como puñales en su ser. -¿Qué me está pasando?  - se dijo. –a mi nunca me ha importado las miradas de nadie, no les pongo atención, pero hoy; esos ojos me están volviendo loca, jamás descubrí una mirada así, ni siquiera en Omar.
Guardó todo, tapó la pintura, para que Nel no la pudiera ver, y se marchó sin decir nada.  Llegó a su casa, se derrumbó sobre el sillón y empezó a llorar, no entendía lo  que estaba pasando, pero sentía la necesidad de unos brazos masculinos, brazos que la protegieran, brazos que la amaran.  Comprendió que seguía siendo mujer, que estaba viva, que la mala experiencia con Omar, no le había  matado su sensibilidad femenina, y dio gracias a Dios, que le haya puesto a Nel en su camino, sin él no hubiera podido saber; que lo que vivió en el pasado ya estaba  prácticamente cicatrizado, pues solo de esta forma se puede volver a sentir.  
Al siguiente domingo lo vio tal donde esperaba verlo, suspiró aliviada, pero no deseaba que él le hablara, pues no quería romper la magia en su pintura, si hablaban él preguntaría que hacía, y ella tendría que decirle, entonces todo se volvería tan tangible, tan real, tan poco interesante, prefería  el  misterio, ese que nos mantiene en suspenso y que le da más valor a las cosas.
Nel tenía el don de la adivinación, o por lo menos esa era la impresión que daba, parecía entender lo que Luisa pensaba y obedecía a ese pensamiento. La verdad; Luisa estaba desconcertada, ¿Quién era ese loco que la miraba por horas,  sin moverse, ni hablarle?

Dos domingos más y el cuadro estaba terminado, la misma Luisa se asombró, por la expresión del rostro de Nel en la pintura, esa mirada tan penetrante, tan inquisitiva de repente, parecía como si esos ojos le quisieran revelar algo. Pensó que ni Davinci habría logrado una expresión así en una pintura. -¡Bah! –Dijo, -solo esto me faltaba, querer superar al maestro.
Lo dejó puesto en el caballete, en la sala, frente al sofá, se recostó, lo vio fijo sin despegar su mirada del cuadro, el tiempo se detuvo y por un momento se vio sentada a la par de aquel hombre en la pintura.  Se durmió, soñó que aquel ser era un pájaro, montada en él, la llevó a recorrer aquellos lugares que ella no había podido conocer, a gran altura, el aire daba en su cara con ímpetu, esa sensación de altura, le provocó vértigo, y el vértigo; la llevó al éxtasis.
Despertó sofocada, buscó una manta y tapó el cuadro, no lo volvería a destapar hasta tres domingos después.

El siguiente domingo después de aquel místico sueño, se fue al parquecito, la banca estaba vacía, sintió tristeza, a ese parque; y precisamente a esa banca, le hacía falta la presencia de Nel.  Estuvo sentada ahí por algún tiempo, pensando en lo idiota que pueden ser a veces las personas, ni siquiera se dio la oportunidad de conocerlo, se llenó de rabia contra ella misma, colocó sus manos juntas, cerró sus ojos  e inclinó la cabeza como si fuera a elevar una plegaria.

De regreso  una figura conocida le devolvió la alegría, justo del otro lado del parquecito estaba Nel alimentado las palomas que se aglomeraban cerca de la fuente.  Su corazón empezó a palpitar más fuerte, ella caminó frente a él, Nel solo se limitó a verla con disimulo, llevaba unos jeans desteñidos, camisa de manta, sandalias de cuero, el pelo desaliñado, a cada lanzada de alpiste; Luisa no podía mas que admirarlo, tan varonil, tan propio, tan seguro, recurrió a toda su cordura para no decirle ahí mismo lo que su presencia le provocaba.
-Me extrañó, no verlo en la banquita de siempre.
-¿Perdón?  
-No,.. digo que…
- ¡Ah! si, disculpe, es que estaba distraído con las palomas, pensé que ya no me necesitaba.
- Necesitarlo yo, ¿para que?
- Que se yo, talvez para distraerla mientras pintaba, me di cuenta que de vez en cuando me miraba, eso me complacía, pero me dejó inquieto.
-¿Inquieto? ¿De que?  
- Pues me gustaría saber en que piensa una mujer cuando pinta la naturaleza mientras mira a un hombre.
- En eso precisamente; en la naturaleza
- Y hoy… ¿no se va a escapar?
- ¿Quiere que lo haga?
- No, de ninguna manera, pero no se que esperar de usted.
- No espere nada, solo deje pasar el tiempo.
- Mientras el tiempo pasa, se pierden cosas.
- ¿A que se refiere?
- Específicamente a usted y a mí.
- He sido una tonta perdóneme
-No,  perdóneme usted a mí por no ser más agresivo
-¿Agresivo? no me asuste, detesto la violencia.
-No, no se asuste, no es al tipo de agresividad a la que usted piensa  que me refiero, es a….   la tomó de las manos, la atrajo hacia él, la sujetó por la cintura y la besó apasionadamente, sin que ella tuviera tiempo de reaccionar.  La soltó arrepentido, creyó que esa acción la haría huir de su lado.  Pero Luisa ya no era dueña de su voluntad, su cuerpo temblaba, fue ella la que regresó a él en un abrazo que duró hasta que los latidos del corazón volvieron a su ritmo normal.  A petición de Luisa, fueron a sentarse a la banca, donde había nacido el último cuadro. 
- Este será nuestro sitio  -le dijo,  -pues aquí te conocí.
-Estás equivocada, no me conociste aquí, haz memoria.
-Se que este es el lugar, no se diga más.
-Está bien, lo que tu digas.
Nel no quería contrariar a Luisa, decidió que mejor era recuperar el tiempo perdido, se dedicó a abrazarla, a sacar todos lo besos contenidos, acariciaba su negra cabellera, rozaba sus mejillas con las de él, contemplaba lo hermosa que era, se la quería comer a besos.

La cita fue hasta el próximo domingo, en el mismo sitio, Luisa prefería que fuera así, no lo quería cansar con su presencia  todos lo días, lo llevó a su casa, quiso que él la conociera, que conociera el espacio donde ella había estado sumida en la soledad por tanto tiempo.
El cuadro seguía ahí en el mismo lugar, con la manta encima, Nel quiso verlo pero Luisa se lo impidió argumentando,  que no era tiempo, que ya lo vería en otra ocasión, él ya no insistió y se dedicó a pasarla bien junto a ella. 
Lo despidió ya entrada la noche, que más hubiera querido él que quedarse con ella, pero no quería precipitarse hasta no estar seguro, además había muchas cosas que aclarar, estas cosas tendrían que esperar hasta el próximo domingo.

El cuadro fue develado ante Nel, la sorpresa fue muy grande, jamás hubiera pensado que él estaba en el cuadro, estaba tan emocionado, que se quedó sin palabras.
- Te lo regalo. – le dijo ella. –puedes llevártelo es tuyo.
- No.   –Respondió Nel, no lo quiero.
El rostro de Luisa, se transformo, de una sonrisa inmensa, pasó a tener la cara más seria que había visto Nel,  por lo que tuvo que actuar inmediatamente.
- Perdona si te hice sentir mal, lo que quise decir es que este cuadro te pertenece a ti, es tuyo, tu lo pintaste, además estoy yo ahí, por lo tanto eres tú la que lo debe tener.
- Pero yo te lo quiero regalar.
-Está bien, lo acepto, y ya que es mío, te propongo un trato.
-¿Qué tipo de trato?
-Te lo cambio por “El olor de los geranios”.
-¿Qué?
-Si, el cuadro que pintaste antes
- Pero no se llama así, se llama “Geranios en flor”.
-Ese es el nombre que tú le pusiste, pero yo te dije que eran tan perfectos que se podía sentir su olor y como tal  lo bauticé así. Y ese es el cuadro que quiero porque, fue a partir de él que yo empecé a amarte.
- En ese caso no se diga más, ven para que tu mismo lo quites  de la pared y coloques allí a “El caballero de los geranios”.
- ¿Te gustan los geranios verdad?  todo lo tuyo tiene que ver con geranios.
- Es algo extraño, te diré que nunca me habían gustado, pero desde que los descubrí en el parque, sentí una fascinación incomprensible por ellos, como si tuvieran magia, ahora veo que es cierto, gracias a ellos te conocí.
- En eso tienes razón, los geranios me llevaron a ti.
Se sentaron en la cama a contemplar  a “El caballero de los geranios”  que ya había sido colocado en el sito donde antes estuvo, “El olor de los geranios”.
-Ahora me verás cuando duerma, fue a través de tu mirada que me volví loca por ti, quise plasmarla lo más idéntica posible en ese cuadro,  el otro día me dormí contemplándolo y tuve un sueño, soñé que eras pájaro y que me llevabas a recorrer el mundo contigo,  fue tan extraño tuve la sensación de que no volvería a  despertar, dicen que cuando uno duerme experimenta la muerte.
- Pues tu sueño se hará realidad, te llevaré a recorrer el mundo conmigo, trataré de hacerte feliz.
- No necesito viajar para que me hagas feliz, me basta con tenerte conmigo.
- Pues me vas a tener siempre que lo desees, y… esta noche me deseas.
- Esta y las que faltan en mi vida.
- Luisa quiero sincerarme contigo, ¿aun no adivinas quien soy ?
- Ya se que eres el amigo de mi ex esposo, se que eres Nelson
-¿Lo sabías?
- ¡Claro! ¿Porque crees que no  quería relacionarme contigo?, tenía miedo, recuerdo la primera vez que te vi, fue cuando tropecé contigo, la vez que mi ex esposo te invitó a comer.
- ¿Entonces ese asunto de que eres despistada, es una mentira?
- En realidad si soy despistada cuando algo no me llama la atención, pero  ¿como no me iba a fijar en ti mi amor?, lo que pasa es; que por lo celoso que era mi marido, prefería hacer como si no miraba a nadie.        
 -¡Pobrecita!, cuanto debes haber sufrido a su lado.
-Todo sacrificio tiene su recompensa y tú eres mi recompensa.
Se abrazaron y se perdieron uno en el otro, hasta que la luz del nuevo día los descubrió con sus cuerpos muy juntos y con la promesa de no separase jamás.

El idilio hubiera sido eterno si a Omar no se le hubiera ocurrido aparecer precisamente cuando más estaban disfrutando de su felicidad.
Después de la noticia,  Nelson acarició el vientre de Luisa, sentados en la banquita del parquecito que los unió, estaban sonrientes, dichosos, juntos habían formado un nuevo ser con todo aquél gran amor que se tenían.
- ¡Miserables!  -gritó  un hombre que estaba parado frente a ellos, -Lo sabía,  yo nunca me engañé.
Dos detonaciones, rompieron el silencio, una parvada de aves voló al otro extremo.   Dos cuerpos yacían inertes uno sobre el otro, la mano aun acariciando el vientre; fue lo que más impresionó en la fotografía que se publicó en el periódico.

Tiempo después dos cuadros eran subastados, los compró un escritor, que inmediatamente imaginó  una historia, una historia que se sumaría  a otras ya exitosas escritas por él.  
En la mesita antigua de roble, con una pluma de tinta morada empezó a escribir:

“El olor de lo Geranios”      por:  Nel de Louise
 Luisa llevaba el lienzo en una mano y en la otra los pinceles y la caja de las pinturas, andaba a paso ligero…



                                                                  Fin

La Trampa

Caminó por la solitaria calle que conducía hacia “La trampa” lugar donde se reunían todos aquellos que se decían intelectuales, solo por el hecho de llevar un libro bajo el brazo ó por haber leído a Kafka  ó a Hesse.

Una leve llovizna caía por aquella calleja empedrada. A la orilla de la banqueta se había formado un pequeño charco, el automóvil que venía en dirección hacia ella, pareció acelerar justo al pasar sobre aquella agua retenida.  El vestido azul  se tornó en un azul más oscuro y el agua empezó a chorrear  bajando por sus piernas y empapando los zapatos,  -“Estupido”  gritó. 

Siguió caminando avergonzada por el ruido vulgar que venía de sus zapatos y porque su vestido se aferraba a su cuerpo dibujándolo en su totalidad y dejando ver la voluptuosidad de sus nalgas.

Cruzó el umbral, atisbó a su alrededor buscando una cara familiar, caminó por en medio del salón, dejando tenues huellas de agua en el piso de barro.
Se acomodó en su acostumbrado rincón, sintió que la mala racha ese día estaba de su lado; empapada y sin nadie con quien conversar, Ovidio no estaba allí, quizás por el mal tiempo ese día prefirió quedarse en casa.

Cavilaba  sobre su mala suerte, cuando se le acercó lo que ella llamaría después; “el numen de mis sueños”. 
-Mi nombre es Ricardo y me tomaré un ginebra contigo, - le dijo. 
Lo reconoció en seguida,  era él,  el poeta que ella admiraba, el causante de sus noches de delirio, cada letra en su poesía era una oda a la mujer, quiso lanzarse a sus brazos, sentirse una más de sus musas, pero pensó que ese arrebato solo lo ahuyentaría.
-Me llaman Blanca y acepto tu ginebra, -respondió.

La conversación que se suscito entre sorbo y sorbo de aquella aromática bebida, parecía un rompecabezas, cada quien quería entender a su cada cual.

Ricardo estaba desconcertado, como era posible que aquella mujer no supiera quien era él, pero por supuesto él no se lo iba a decir, ella luchaba por no delatar su verdad, pensó que si lo hacía se terminaba la magia.

-¿Sabes quien soy? –Interrogó él
-Ya me lo dijiste, eres Ricardo, -respondió ella desinteresada.
-Ese es mi nombre, claro, pero te pregunto si sabes que papel juego en la sociedad.
-Solo se que eres uno  más en este mundo de calamidades.
-Y tu ¿Quién eres?
-Soy la hija de Diana, la diosa cazadora y de un simple campesino.
-Cuéntame esa historia.
-Un día mi madre Salió con su arco y su flecha, mi padre dormía a merced del campo, Diana lanzó a un lado sus instrumentos y se metió en sus sueños, mortal y diosa se fundieron hasta formar un nuevo ser. Mi progenitora me lanzó al mundo y se fue, mi padre despertó  y se fue tras ella.
-Interesante historia, pero poco creíble. Dijo él,  –Pues yo soy el hijo de mi madre y de mi padre, soy el que vino de otra galaxia, buscando algo positivo del otro lado del sol, soy el que no cree en religiones, soy el animal nocturno, el iluso, el mentiroso, el loco, el que procura meter el tiempo en una botella y te guste o no, quiero; que te quedes conmigo lo que resta de la noche.
-Quiero, -dijo ella, con la firme convicción de que esa noche, aquel ser divino le besaría hasta la sombra. 
La tomó de la mano, la subió en el viejo  coche, que a decir verdad era toda una aventura. La llevó a su apartamento, le trajo una de sus camisas, para que se quitara el vestido que aun estaba húmedo.
-Pondré algo de música, -dijo él, -mientras le servía una copa de vino tinto.
-Mejor no, -contestó ella. -La música me distrae y yo solo quiero escuchar tu voz.
Se acomodó a la par de ella, y empezó a susurrarle poemas de amor al oído. Aquellos poemas que ella de sobra conocía, él continuó, esperando que en cualquier momento ella aceptara reconocer quien era él. 
Blanca cerró los ojos, mientras pedía a Dios que no le abandonara en ese momento, no quería perder la poca cordura que le quedaba.
-¿Estas nerviosa?
-No tengo porqué estarlo, ¿acaso tu si?
-Voy a mentir como lo haces tu, yo tampoco tengo porqué estar nervioso.
-¡Ricardo!, perdona tengo que irme.
-No me digas que trabajas para Charly y que acabas de recibir un mensaje de él.
-Que chistoso, como se te ocurre.
Le tomó las manos, depositando un beso en cada una. -¡Que damisela tan fascinante! pensó, toda ella es un poema.
La miró fijo a los ojos queriendo descubrir la verdad de aquella mujer, ¿porqué aceptó irse con él a su apartamento?, ¿Porqué se le mostró tan fácil y  a la vez tan difícil?, ¿qué misterio escondía?, ¿Qué hacía en La Trampa?  Y además  esa historia loca de que era hija de Diana la diosa cazadora y de un campesino.
La vio tan adorable que se la quiso quedar para si, cual si fuera una prenda valiosa, una criatura como esta no se la encuentra todos los días.  
-Se lo que piensas Ricardo y sería mejor si tu me dijeras tu verdad. –Musitó ella, esperando le dijese que era el poeta, el autor de los poemas dichos a su oído.
-Mi verdad no importa si te tengo aquí conmigo.
-Bueno, de todos modos yo se tu verdad. -Volvió a inquirir ella.
-Dime que verdad sabes de mi, pequeña hija de Diana la diosa cazadora.
Blanca rió en forma discreta,   quizás esa historia de ser semidiosa no se la creía ni ella misma, pero era una forma de anzuelo, para que Ricardo se sintiera  atraído y buscara mil formas de escudriñar esa verdad,  ó... esa mentira, y de esa forma se quedara para siempre con ella, tratando de adivinar su misterio.

Vaciadas las copas de vino y agotados los poemas, Blanca inclinó su cabeza sobre el hombro  de Ricardo, pensó que no había mejor acomodo, además; ese hombro pertenecía al hombre amado, a aquel que sin conocer había empezado a querer a través de sus poemas. Quería que la noche fuera eterna, deseaba fervientemente que aquel poeta la rodeara con sus brazos, anhelaba la prisión de esos largos y fuertes brazos.

Ricardo besó aquella cabecita loca, al tiempo que susurraba; -duerme, duerme que seré el centinela de tus sueños… y si pudiera una botella guardar tiempos de ayer, buscaría  volverte a ver   -y ella se durmió entregada a la magia que la envolvía y que la hacía flotar entre nubes de algodón y que la desconectaba de la realidad.

-¡Señorita!, -¡Señorita!, me debe dos ginebras, además ya vamos a cerrar.
-¿Qué? – ¿donde esta Ricardo?
-¿Ricardo?
-Si, el poeta que estaba aquí conmigo.
-Señorita, conozco a todos los intelectuales que vienen aquí, pero jamás he conocido a ningún Ricardo.
-¿Qué hora es?
-Ya pasa de la una.
-¿La una? Dios mío, y ahora como me iré, vine caminando ya es muy tarde.
-No se preocupe, yo la iré a dejar, solo que va a tener que pagarme la carrera.
Salió del establecimiento acompañada del empleado, éste le abrió la puerta de su coche, quedó muy sorprendida, era el mismo coche en el que Ricardo la había llevado a su apartamento.
-Yo ya estuve en este coche. -Le dijo.
-Imposible señorita, es la primera vez que la llevo y hace años que lo tengo. –Le aclaró aquel hombre.

Blanca guardó silencio, no entendía que era lo que estaba pasando, era todo tan extraño, ¿fue sueño? imposible, fue todo tan real,  aun sonaba en sus oídos la voz de Ricardo.
No, no, no podía ser un sueño, Ricardo era real, era el poeta, el que escribía por y para la mujer, no había otro como él, era el poeta más conocido por ese estilo único que solo el tenía.
-¿Ha leído poemas de Ricardo? -preguntó ella, deseando que él respondiera  afirmativamente.
-No señorita, solo he leído a Neruda, a Bécquer, a Wilde, a  Bertolt Brecht  y a…
-Entonces no ha leído a Ricardo, - le interrumpió ella.
-Perdón señorita, ya llegamos.

Entró  al pequeño apartamento donde vivía, se quitó los zapatos que aun seguían húmedos, se tiró sobre el sillón, agotada y confusa.  
Se durmió allí mismo con la esperanza de que al despertar vería todo con claridad.

 El despertar no le resolvió ninguna duda, todo lo contrario, en la mesita de centro  dos copas con residuos de vino se sumaban a la confusión que  ya estaba haciendo nido en su cabeza.

Blanca no recordaba haber tomado vino en ese lugar, si lo tomó fue en el apartamento de Ricardo, y lo más extraño aun tenía puesta la camisa de él, lo que le indicó que regresó a casa solo con la camisa encima y olvidó su vestido en el apartamento del poeta.  Pensó que alguna explicación debía haber, a lo mejor  tomó vino antes de irse para “La Trampa”  y no lo recordaba, pero… tampoco recordaba haber regresado de la casa del poeta,  al mismo lugar  de donde él se la llevó y mucho menos vestida con una camisa de hombre como única prenda. 

Ovidio quizás le ayudaría a desentrañar el misterio, él era muy bueno haciendo razonamientos lógicos, tomó el teléfono, marcó el número conocido, pero no lo encontró, dejó el mensaje en el contestador, advirtiéndole que era de vida o muerte, que se comunicara con ella lo antes posible.

Eran las cinco de la tarde, cuando Ovidio llegó al apartamentito, le sorprendió que su amiga, esta vez no se lanzara contra su esquelética humanidad, dándole los acostumbrados abrazos, con la única intención de molestarlo.

Ovidio  era el eterno enamorado de Blanca y ella lo sabía, por eso lo abrazaba de forma pícara, solo para comprobar que aun ardía de amor por ella.

Aunque las cosas estaban claras entre ambos, Ovidio no descartaba la posibilidad de que algún día esa mujer, haría a un lado ese enamoramiento que tenía por un imposible y se daría cuenta de que quien la amaba realmente era él y no el otro.
- ¿Y ahora que te dio?, ¿ya no me abrazas?, ¿estas enferma?
Empezó a llorar desconsolada, preocupando a su fiel amigo, él puso sus dos manos en la cara de ella, enjugando con sus  pulgares las abundantes lágrimas.
-Estoy desesperada,  -le dijo,  -ayer fui a “La Trampa”, te busqué y no estabas, luego apareció él, me invitó un ginebra y charlamos largo rato, después me pidió que lo acompañara a su apartamento,  tomamos  vino, me susurró todos sus poemas al oído hasta que me quedé dormida en su hombro, después desperté y estaba en “La Trampa”, el empleado me dijo que le debía dos Ginebras, le pregunté por Ricardo y me dijo; que no conocía a ningún Ricardo, ¿como no lo va a conocer?, si es el mejor poeta del mundo, el que diga que no lo conoce miente, el empleado me trajo a casa en el mismo coche en que me fui con Ricardo, hoy que desperté, encuentro dos copas en la mesita de centro con residuos de vino; y yo te juro que no he tomado vino en esta casa, y si te fijas aun tengo puesta la camisa que él me prestó, pues mi vestido estaba mojado, gracias a un idiota mal educado.

Ovidio observó a su amiga, le torturaba verla en ese estado, Blanca  era una muchacha muy alegre, pocas veces él la había visto llorar.
-Blanca; ¿ya no recuerdas que fuimos nosotros los que nos tomamos esas copas? luego me pediste que me fuera, porque estabas muy cansada y querías dormir un poco, que me hablarías después para que te pasara recogiendo más tarde, para irnos a “La Trampa” como de costumbre, pero como no me llamaste supuse que habías decidido no ir, así es que yo tampoco fui, y esa camisa debe tener alguna explicación, parece que su dueño debe ser un hombre alto, pues te queda grande, tu padre era un hombre alto, quizás la tenías entre tu ropa y te la pusiste para dormir. ¿Qué está pasando chiquita? ¿Estás perdiendo la memoria? – le dijo con dulzura.  
-Ovidio estoy aterrada, no recuerdo lo que me estás diciendo, o… ¿acaso estas mintiendo, porque estas celoso de Ricardo?, si eso debe ser, a ti nunca te ha gustado que te hable de mi amor por Ricardo, siempre me has dicho que no piense en imposibles, y para que veas ayer estuvimos juntos, esta camisa es la prueba, no te imaginas que agradable es estar en su compañía.
-Pobre amiga mía, ¿sabes que pienso? que todo eso lo soñaste, ayer estabas muy cansada, a lo mejor dormiste profundamente y todo lo que crees que fue real no fue mas que un sueño, estás tan obsesionada con alguien que no conoces, alguien a quien  autonombraste poeta, que ya hasta deliras por él.
-Que malo eres,  -le dijo, en un tono tan triste, que a Ovidio se le partió el corazón, la abrazó tiernamente, disfrutando tenerla entre sus brazos y  sintiéndose culpable por el dolor que sus palabras le  causaban.

Llevaba alrededor de siete años de conocerla cuando ella era apenas una  adolescente y desde entonces sólo había vivido para amarla.  Sabía de sus fantasías y se las toleraba por ese mismo amor que le tenía, deseaba ser él; el dueño de esas mismas. Y pensar; que todo empezó el día en que él le regaló un disco con poemas ideológicos hechos canción, interpretados  por un perfecto desconocido, que invitaba a no poner fronteras entre hermanos, a no fanatizar las religiones, a tener fe aunque no se tenga nada y  quien sabe cuantas cosas más, que volvió a la mujer de su vida en una persona soñadora, idealista, meditabunda, enamorada de una voz.
-Perdóname,  -le dijo,   -No tengo derecho a hablarte así, lo que pasa es que me preocupo mucho por tu bienestar,  físico y mental, te prometo que no volveré a emitir ningún juicio, sobre tu forma de actuar y de pensar.
Ante la posibilidad de que su amigo pensara que ella estaba perdiendo el juicio, decidió no comentar más el asunto con él.

Los días que siguieron transcurrieron sin muchos pormenores, ella prometió no volver a tocar el tema de Ricardo y a él le pareció estupendo, pues así la tendría en cuerpo y espíritu.

Charlaban a diario, paseaban juntos, iban de vez en cuando a  “La Trampa”, departían con escritores, intercambiaban ideas, declamaban poemas, escudriñaban a fondo aquel poema de Sor Juana Inés de la Cruz “ Hombres Necios”, tratando de descifrar; que fue lo que la llevó a escribir este poema  en donde arremete tan duro contra los hombres.

Blanca había vuelto a ser la de antes, alegre, jovial, impulsiva en lo que hacía y decía, le había dicho a Ovidio, que si no fuera porque amaba a otro; seguro  le correspondería como el se merecía, era un buen hombre, además la amaba con devoción sin importarle no ser correspondido.

Ovidio buscó una estrategia para que Blanca se interesara en él, le hacía poemas donde ella era la protagonista, se los recitaba al oído tratando de provocarle alguna sensación que la lanzara a sus brazos, ella lo escuchaba con atención y le decía que sus poemas eran muy hermosos pero que no se parecían a los de… y no terminaba de decir a los de quien porque ya había prometido que no volvería a hablar de Ricardo.

-Cásate conmigo y viviré para hacerte feliz lo que me resta de vida. –Le propuso él, mientras caminaban por la placita.   Ella se detuvo, lo abrazó, lo vio a los ojos detenidamente y le dijo:
-Eres muy guapo, pero eso no es lo más importante en ti, sino la persona que eres, tienes tantas cualidades,  eres el hombre que cualquier mujer desearía, yo te quiero mucho, pero no te amo, tu ya conoces mis sentimientos, si Ricardo no existiera me casaba contigo sin pensarlo.

Ovidio comprendió que su amiga, seguía pensando en el otro, en el imposible y él ya se estaba cansando de lo mismo, Blanca iba a envejecer enamorada de alguien que ni siquiera sabía que ella existía.
Aunque delante de Ovidio, Blanca trataba de hacer, como que no se acordaba de su poeta, al estar sola lo evocaba con todas sus fuerzas.

La camisa estaba celosamente guardada, era la única evidencia de que había estado con el numen de sus sueños.
 Una noche la sacó,  se la puso para poder recordar aquella única y maravillosa vez que pasó con él, ella estaba segura de que así fue, recordó uno a uno los poemas y  aquella voz tan calida y apasionada, el aliento tibio en sus oídos, era real, estas cosas las sentía, y por nada del mundo eran producto de su imaginación, como le quería hacer sentir su amigo.

Sumergida en sus pensamientos estaba, cuando tocaron a su puerta, por un momento pensó no abrir, a lo mejor era Ovidio y le indagaría el porqué tenía puesta esa camisa, pero no; a su amigo no le podía hacer semejante barbaridad y se dispuso a abrirle.
Un ramo de rosas tapaban la cara, -Pasa,  -le ordenó,  -dame las rosas que las pondré en un jarrón.  Cuando tomó las rosas se dio cuenta que aquel no era Ovidio, sino su poeta, se lanzó a sus brazos y lo besó apasionadamente, deseó que su amigo estuviera ahí para que comprobara con sus propios ojos, que Ricardo era real y no un sueño.
-¿Cómo está mi pequeña semidiosa?
-Extrañándote cada segundo de mi vida, ¿Cómo me encontraste?
-El  empleado de La Trampa me dio tu dirección.
-Que pasó aquella noche, ¿porqué yo no desperté en tu apartamento?
-No lo se, yo también me dormí y cuando desperté ya no estabas, te habías ido.
-Es que no recuerdo esa parte, pasaron tantas cosas confusas, perdona que me traje tu camisa.
-Es tuya, para que me recuerdes siempre y yo conservaré tu vestido azul como presea, pues aun tiene tu olor.
-Quiero que conozcas a mi amigo Ovidio, el dice que solo estás en mis sueños.
-Pues llámalo para que compruebe que soy real.
Marcó el teléfono de su amigo, pero en el contestador había un mensaje para ella: -“En este momento no me encuentro, pero si la que llama es mi amiga la soñadora, quiero decirte que voy para allá”.
-Mucho mejor ya viene para acá, no debe tardar, que sorpresa se va a llevar cuando te vea.

Mientras esperaban se dedicaron a hacerse caricias, a perderse en abrazos apasionados y a platicarse cosas típicas de enamorados.
Cuando Ovidio llegó, ella llena de emoción lo confrontó,  -mira; date cuenta, este es Ricardo y es real, vino a verme y me trajo rosas, tócalo para que compruebes que es de carne y hueso, salúdalo, no seas mal educado, dile que pensabas que era una fantasía de mi cabeza,  me debes una disculpa, anda discúlpate, dime que yo tenía la razón.

Ovidio quedó paralizado, temía que llegara ese momento, pero no había duda, aquello era lo que él nunca hubiera querido que pasara.  Vio a Blanca, había pasión y excitación en sus palabras, a él se le estrujó el corazón y empezó a llorar, la quiso abrazar pero ella lo rechazó.
-¿Como te atreves a quererme abrazar delante de Ricardo?  –Le gritó ella.
-Blanca te amo no voy a permitir que…
-¿Qué te pasa Ovidio?, creí que eras mi amigo, no soportas verme feliz con Ricardo, ¿verdad?, egoísta, ¿donde está el amor que dices que me tienes? si así fuera estarías feliz por mí, vete de mi casa mal amigo, no quiero volver a verte en mi vida. 
Estaba frenética empujaba a Ovidio fuera de su casa, hasta que logró sacarlo y cerró la puerta. Adentro ella quedó hecha un mar de lágrimas, se refugio en los brazos de su amado, mientras él la consolaba y le prometía no separarse de su lado, le decía  que lo que había pasado no tenía importancia, que el comportamiento de Ovidio era natural en un hombre celoso, pero que eso no sería obstáculo para que ellos dos se amaran por siempre.
El compungido amigo, regresó media hora después, venía dispuesto a todo, nada ni nadie podría arrebatarle a esa mujer, tenía que protegerla a costa de lo que fuera, se sentía responsable por ella, todavía estaba a tiempo de hacerla reaccionar.
Tuvo que tirar la puerta porque ella se resistió a abrir, la tomó en sus brazos, a pesar de que ella pataleaba y forcejeaba para zafarse, gritaba pidiendo auxilio, llamaba a gritos a Ricardo para que la ayudara, pero fue inútil, Ricardo solo se limitó a decirle adiós desde la puerta.

Ovidio la llevó a un lugar donde estaba seguro que ahí;  le harían olvidar a Ricardo, que tratarían de quitarle por todos los medios posibles aquella enfermiza obsesión. Confiado la dejó ahí. Prometió a quienes la cuidaban  que siempre estaría pendiente de ella.   
   
Ovidio no dejó de visitarla ni un solo día, aunque  no le dirigiera la palabra, ni levantara la vista para verlo, percibía siempre que tenía sus labios apretados como si guardara en ellos una maldición.  
No dejó de leerle poemas, aunque ella lo ignoraba totalmente. Pero Ovidio tenía paciencia, esa paciencia que tienen solo aquellos que aman con el espíritu y el corazón y cada visita para él; era como la renovación de aquel amor, amor que no se había perdido a pesar del tiempo y de las circunstancias. Y de esta forma se fueron las semanas y  los meses y en una de las tantas visitas, sucedió algo que lo emocionó hasta provocarle el llanto, ella  le sonrió y hasta le habló.
-Gracias por las rosas, están muy lindas.
Ovidio no pidió más,  con que ella le hablara le bastaba, ahora las visitas tenían otro sentido, avanzaba de forma considerable, hasta le hacía preguntas y él se las contestaba de la forma más prudente que podía, pues no quería estropear lo que había logrado.
Ganas no le faltaban de quedarse allí con ella, pero había que respetar ciertas normas.

Las noches se le hacían eternas, pensaba en lo que le diría al siguiente día, si estaría en la misma disponibilidad de recibirlo, de que forma tratarla para no hacer que se molestara, se preguntaba si ella pensaría en él, ó si todavía estaba obsesionada con el otro.

En cada visita el la consentía, le llevaba las golosinas que a ella le gustaban, si se le antojaba algo; por muy difícil que fuera él buscaba las formas de complacerla, le llevaba revistas para que se distrajera, algunas veces le había pedido que le llevara el diario, al día siguiente le comentaba lo que había leído, le horrorizaban las noticias sangrientas, pero aun así las leía, él la escuchaba con deleite y rogaba a Dios que no fuera a cambiar, todo lo contrario; que avanzara positivamente, quería volver a tener a la amiga de siempre, la mujer dulce, alegre, jovial, a aquella que confiaba en él a  ojos cerrados.

La llamada tan esperada tuvo lugar un lunes por la  mañana, esa llamada la había estado soñando  durante meses, ahora era una realidad, había que prepararse,  iría por ella, se preguntaba adonde la llevaría, había que pensar en un buen lugar,  ella se lo merecía todo, claro, era  la mujer de su corazón y en el no había cabida para otra.

Cuando llegó; la vio sentada en el mismo banco de siempre, vestida con la misma bata blanca, con la que la miraba a diario, sostenía en sus manos un recorte del diario donde se leía: “famoso cantante latinoamericano se presentará el próximo jueves en…
-¿Me llevas? le dijo, mostrándole el anuncio.
Ovidio tembló, los recuerdos se agolparon en su cabeza, tuvo la impresión de que todo iba a volver a empezar.
-Se llama Ricardo, es cantautor, dicen que es muy bueno, ¿lo has escuchado?
El la abrazó, la retuvo así por algunos minutos y después le contestó:
-No, nunca lo he escuchado, en realidad a mi la música ideológica no me gusta.
-¿Como sabes que es ideológica?
-No se, lo supongo, como es cantautor.
-Bueno dejemos ese tema, que si a ti no te gusta, a mi tampoco me va a gustar, -¿me trajiste el vestido? quiero cambiarme y salir cuanto antes de este lugar, me crees si te digo, que lo último que recuerdo de allá afuera, fue la tarde cuando estuvimos tomando vino y después nos pusimos de acuerdo para  ir esa noche a “La Trampa”, ¿todavía existe ese lugar?
-No, lo cerraron, parece que descubrieron ciertas anomalías, los intelectuales dejaron de frecuentarlo, parece que hubieron denuncias de que alteraban las bebidas, entre otras cosas. 

Salieron de aquel lugar tomados de la mano, él con una sonrisa de satisfacción, pues  había rescatado a la mujer amada de la trampa de su propio cerebro, ella; con un nuevo brillo en los ojos, iba tarareando una canción –“Si pudiera una botella guardar tiempos de ayer…, mientras miraba de reojo a su fiel amigo,  vestida de azul se veía esplendorosa.   


                                                               Fin