Caminó por la solitaria calle que conducía hacia “La trampa” lugar donde se reunían todos aquellos que se decían intelectuales, solo por el hecho de llevar un libro bajo el brazo ó por haber leído a Kafka ó a Hesse.
Una leve llovizna caía por aquella calleja empedrada. A la orilla de la banqueta se había formado un pequeño charco, el automóvil que venía en dirección hacia ella, pareció acelerar justo al pasar sobre aquella agua retenida. El vestido azul se tornó en un azul más oscuro y el agua empezó a chorrear bajando por sus piernas y empapando los zapatos, -“Estupido” gritó.
Una leve llovizna caía por aquella calleja empedrada. A la orilla de la banqueta se había formado un pequeño charco, el automóvil que venía en dirección hacia ella, pareció acelerar justo al pasar sobre aquella agua retenida. El vestido azul se tornó en un azul más oscuro y el agua empezó a chorrear bajando por sus piernas y empapando los zapatos, -“Estupido” gritó.
Siguió caminando avergonzada por el ruido vulgar que venía de sus zapatos y porque su vestido se aferraba a su cuerpo dibujándolo en su totalidad y dejando ver la voluptuosidad de sus nalgas.
Cruzó el umbral, atisbó a su alrededor buscando una cara familiar, caminó por en medio del salón, dejando tenues huellas de agua en el piso de barro.
Se acomodó en su acostumbrado rincón, sintió que la mala racha ese día estaba de su lado; empapada y sin nadie con quien conversar, Ovidio no estaba allí, quizás por el mal tiempo ese día prefirió quedarse en casa.
Cavilaba sobre su mala suerte, cuando se le acercó lo que ella llamaría después; “el numen de mis sueños”.
-Mi nombre es Ricardo y me tomaré un ginebra contigo, - le dijo.
Lo reconoció en seguida, era él, el poeta que ella admiraba, el causante de sus noches de delirio, cada letra en su poesía era una oda a la mujer, quiso lanzarse a sus brazos, sentirse una más de sus musas, pero pensó que ese arrebato solo lo ahuyentaría.
-Me llaman Blanca y acepto tu ginebra, -respondió.
La conversación que se suscito entre sorbo y sorbo de aquella aromática bebida, parecía un rompecabezas, cada quien quería entender a su cada cual.
Ricardo estaba desconcertado, como era posible que aquella mujer no supiera quien era él, pero por supuesto él no se lo iba a decir, ella luchaba por no delatar su verdad, pensó que si lo hacía se terminaba la magia.
-¿Sabes quien soy? –Interrogó él
-Ya me lo dijiste, eres Ricardo, -respondió ella desinteresada.
-Ese es mi nombre, claro, pero te pregunto si sabes que papel juego en la sociedad.
-Solo se que eres uno más en este mundo de calamidades.
-Y tu ¿Quién eres?
-Soy la hija de Diana, la diosa cazadora y de un simple campesino.
-Cuéntame esa historia.
-Un día mi madre Salió con su arco y su flecha, mi padre dormía a merced del campo, Diana lanzó a un lado sus instrumentos y se metió en sus sueños, mortal y diosa se fundieron hasta formar un nuevo ser. Mi progenitora me lanzó al mundo y se fue, mi padre despertó y se fue tras ella.
-Interesante historia, pero poco creíble. Dijo él, –Pues yo soy el hijo de mi madre y de mi padre, soy el que vino de otra galaxia, buscando algo positivo del otro lado del sol, soy el que no cree en religiones, soy el animal nocturno, el iluso, el mentiroso, el loco, el que procura meter el tiempo en una botella y te guste o no, quiero; que te quedes conmigo lo que resta de la noche.
-Quiero, -dijo ella, con la firme convicción de que esa noche, aquel ser divino le besaría hasta la sombra.
La tomó de la mano, la subió en el viejo coche, que a decir verdad era toda una aventura. La llevó a su apartamento, le trajo una de sus camisas, para que se quitara el vestido que aun estaba húmedo.
-Pondré algo de música, -dijo él, -mientras le servía una copa de vino tinto.
-Mejor no, -contestó ella. -La música me distrae y yo solo quiero escuchar tu voz.
Se acomodó a la par de ella, y empezó a susurrarle poemas de amor al oído. Aquellos poemas que ella de sobra conocía, él continuó, esperando que en cualquier momento ella aceptara reconocer quien era él.
Blanca cerró los ojos, mientras pedía a Dios que no le abandonara en ese momento, no quería perder la poca cordura que le quedaba.
-¿Estas nerviosa?
-No tengo porqué estarlo, ¿acaso tu si?
-Voy a mentir como lo haces tu, yo tampoco tengo porqué estar nervioso.
-¡Ricardo!, perdona tengo que irme.
-No me digas que trabajas para Charly y que acabas de recibir un mensaje de él.
-Que chistoso, como se te ocurre.
Le tomó las manos, depositando un beso en cada una. -¡Que damisela tan fascinante! pensó, toda ella es un poema.
La miró fijo a los ojos queriendo descubrir la verdad de aquella mujer, ¿porqué aceptó irse con él a su apartamento?, ¿Porqué se le mostró tan fácil y a la vez tan difícil?, ¿qué misterio escondía?, ¿Qué hacía en La Trampa? Y además esa historia loca de que era hija de Diana la diosa cazadora y de un campesino.
La vio tan adorable que se la quiso quedar para si, cual si fuera una prenda valiosa, una criatura como esta no se la encuentra todos los días.
-Se lo que piensas Ricardo y sería mejor si tu me dijeras tu verdad. –Musitó ella, esperando le dijese que era el poeta, el autor de los poemas dichos a su oído.
-Mi verdad no importa si te tengo aquí conmigo.
-Bueno, de todos modos yo se tu verdad. -Volvió a inquirir ella.
-Dime que verdad sabes de mi, pequeña hija de Diana la diosa cazadora.
Blanca rió en forma discreta, quizás esa historia de ser semidiosa no se la creía ni ella misma, pero era una forma de anzuelo, para que Ricardo se sintiera atraído y buscara mil formas de escudriñar esa verdad, ó... esa mentira, y de esa forma se quedara para siempre con ella, tratando de adivinar su misterio.
Vaciadas las copas de vino y agotados los poemas, Blanca inclinó su cabeza sobre el hombro de Ricardo, pensó que no había mejor acomodo, además; ese hombro pertenecía al hombre amado, a aquel que sin conocer había empezado a querer a través de sus poemas. Quería que la noche fuera eterna, deseaba fervientemente que aquel poeta la rodeara con sus brazos, anhelaba la prisión de esos largos y fuertes brazos.
Ricardo besó aquella cabecita loca, al tiempo que susurraba; -duerme, duerme que seré el centinela de tus sueños… y si pudiera una botella guardar tiempos de ayer, buscaría volverte a ver -y ella se durmió entregada a la magia que la envolvía y que la hacía flotar entre nubes de algodón y que la desconectaba de la realidad.
-¡Señorita!, -¡Señorita!, me debe dos ginebras, además ya vamos a cerrar.
-¿Qué? – ¿donde esta Ricardo?
-¿Ricardo?
-Si, el poeta que estaba aquí conmigo.
-Señorita, conozco a todos los intelectuales que vienen aquí, pero jamás he conocido a ningún Ricardo.
-¿Qué hora es?
-Ya pasa de la una.
-¿La una? Dios mío, y ahora como me iré, vine caminando ya es muy tarde.
-No se preocupe, yo la iré a dejar, solo que va a tener que pagarme la carrera.
Salió del establecimiento acompañada del empleado, éste le abrió la puerta de su coche, quedó muy sorprendida, era el mismo coche en el que Ricardo la había llevado a su apartamento.
-Yo ya estuve en este coche. -Le dijo.
-Imposible señorita, es la primera vez que la llevo y hace años que lo tengo. –Le aclaró aquel hombre.
Blanca guardó silencio, no entendía que era lo que estaba pasando, era todo tan extraño, ¿fue sueño? imposible, fue todo tan real, aun sonaba en sus oídos la voz de Ricardo.
No, no, no podía ser un sueño, Ricardo era real, era el poeta, el que escribía por y para la mujer, no había otro como él, era el poeta más conocido por ese estilo único que solo el tenía.
-¿Ha leído poemas de Ricardo? -preguntó ella, deseando que él respondiera afirmativamente.
-No señorita, solo he leído a Neruda, a Bécquer, a Wilde, a Bertolt Brecht y a…
-Entonces no ha leído a Ricardo, - le interrumpió ella.
-Perdón señorita, ya llegamos.
Entró al pequeño apartamento donde vivía, se quitó los zapatos que aun seguían húmedos, se tiró sobre el sillón, agotada y confusa.
Se durmió allí mismo con la esperanza de que al despertar vería todo con claridad.
Blanca no recordaba haber tomado vino en ese lugar, si lo tomó fue en el apartamento de Ricardo, y lo más extraño aun tenía puesta la camisa de él, lo que le indicó que regresó a casa solo con la camisa encima y olvidó su vestido en el apartamento del poeta. Pensó que alguna explicación debía haber, a lo mejor tomó vino antes de irse para “La Trampa” y no lo recordaba, pero… tampoco recordaba haber regresado de la casa del poeta, al mismo lugar de donde él se la llevó y mucho menos vestida con una camisa de hombre como única prenda.
Ovidio quizás le ayudaría a desentrañar el misterio, él era muy bueno haciendo razonamientos lógicos, tomó el teléfono, marcó el número conocido, pero no lo encontró, dejó el mensaje en el contestador, advirtiéndole que era de vida o muerte, que se comunicara con ella lo antes posible.
Eran las cinco de la tarde, cuando Ovidio llegó al apartamentito, le sorprendió que su amiga, esta vez no se lanzara contra su esquelética humanidad, dándole los acostumbrados abrazos, con la única intención de molestarlo.
Ovidio era el eterno enamorado de Blanca y ella lo sabía, por eso lo abrazaba de forma pícara, solo para comprobar que aun ardía de amor por ella.
Aunque las cosas estaban claras entre ambos, Ovidio no descartaba la posibilidad de que algún día esa mujer, haría a un lado ese enamoramiento que tenía por un imposible y se daría cuenta de que quien la amaba realmente era él y no el otro.
- ¿Y ahora que te dio?, ¿ya no me abrazas?, ¿estas enferma?
Empezó a llorar desconsolada, preocupando a su fiel amigo, él puso sus dos manos en la cara de ella, enjugando con sus pulgares las abundantes lágrimas.
-Estoy desesperada, -le dijo, -ayer fui a “La Trampa”, te busqué y no estabas, luego apareció él, me invitó un ginebra y charlamos largo rato, después me pidió que lo acompañara a su apartamento, tomamos vino, me susurró todos sus poemas al oído hasta que me quedé dormida en su hombro, después desperté y estaba en “La Trampa”, el empleado me dijo que le debía dos Ginebras, le pregunté por Ricardo y me dijo; que no conocía a ningún Ricardo, ¿como no lo va a conocer?, si es el mejor poeta del mundo, el que diga que no lo conoce miente, el empleado me trajo a casa en el mismo coche en que me fui con Ricardo, hoy que desperté, encuentro dos copas en la mesita de centro con residuos de vino; y yo te juro que no he tomado vino en esta casa, y si te fijas aun tengo puesta la camisa que él me prestó, pues mi vestido estaba mojado, gracias a un idiota mal educado.
Ovidio observó a su amiga, le torturaba verla en ese estado, Blanca era una muchacha muy alegre, pocas veces él la había visto llorar.
-Blanca; ¿ya no recuerdas que fuimos nosotros los que nos tomamos esas copas? luego me pediste que me fuera, porque estabas muy cansada y querías dormir un poco, que me hablarías después para que te pasara recogiendo más tarde, para irnos a “La Trampa” como de costumbre, pero como no me llamaste supuse que habías decidido no ir, así es que yo tampoco fui, y esa camisa debe tener alguna explicación, parece que su dueño debe ser un hombre alto, pues te queda grande, tu padre era un hombre alto, quizás la tenías entre tu ropa y te la pusiste para dormir. ¿Qué está pasando chiquita? ¿Estás perdiendo la memoria? – le dijo con dulzura.
-Ovidio estoy aterrada, no recuerdo lo que me estás diciendo, o… ¿acaso estas mintiendo, porque estas celoso de Ricardo?, si eso debe ser, a ti nunca te ha gustado que te hable de mi amor por Ricardo, siempre me has dicho que no piense en imposibles, y para que veas ayer estuvimos juntos, esta camisa es la prueba, no te imaginas que agradable es estar en su compañía.
-Pobre amiga mía, ¿sabes que pienso? que todo eso lo soñaste, ayer estabas muy cansada, a lo mejor dormiste profundamente y todo lo que crees que fue real no fue mas que un sueño, estás tan obsesionada con alguien que no conoces, alguien a quien autonombraste poeta, que ya hasta deliras por él.
-Que malo eres, -le dijo, en un tono tan triste, que a Ovidio se le partió el corazón, la abrazó tiernamente, disfrutando tenerla entre sus brazos y sintiéndose culpable por el dolor que sus palabras le causaban.
Llevaba alrededor de siete años de conocerla cuando ella era apenas una adolescente y desde entonces sólo había vivido para amarla. Sabía de sus fantasías y se las toleraba por ese mismo amor que le tenía, deseaba ser él; el dueño de esas mismas. Y pensar; que todo empezó el día en que él le regaló un disco con poemas ideológicos hechos canción, interpretados por un perfecto desconocido, que invitaba a no poner fronteras entre hermanos, a no fanatizar las religiones, a tener fe aunque no se tenga nada y quien sabe cuantas cosas más, que volvió a la mujer de su vida en una persona soñadora, idealista, meditabunda, enamorada de una voz.
-Perdóname, -le dijo, -No tengo derecho a hablarte así, lo que pasa es que me preocupo mucho por tu bienestar, físico y mental, te prometo que no volveré a emitir ningún juicio, sobre tu forma de actuar y de pensar.
Ante la posibilidad de que su amigo pensara que ella estaba perdiendo el juicio, decidió no comentar más el asunto con él.
Los días que siguieron transcurrieron sin muchos pormenores, ella prometió no volver a tocar el tema de Ricardo y a él le pareció estupendo, pues así la tendría en cuerpo y espíritu.
Charlaban a diario, paseaban juntos, iban de vez en cuando a “La Trampa”, departían con escritores, intercambiaban ideas, declamaban poemas, escudriñaban a fondo aquel poema de Sor Juana Inés de la Cruz “ Hombres Necios”, tratando de descifrar; que fue lo que la llevó a escribir este poema en donde arremete tan duro contra los hombres.
Blanca había vuelto a ser la de antes, alegre, jovial, impulsiva en lo que hacía y decía, le había dicho a Ovidio, que si no fuera porque amaba a otro; seguro le correspondería como el se merecía, era un buen hombre, además la amaba con devoción sin importarle no ser correspondido.
Ovidio buscó una estrategia para que Blanca se interesara en él, le hacía poemas donde ella era la protagonista, se los recitaba al oído tratando de provocarle alguna sensación que la lanzara a sus brazos, ella lo escuchaba con atención y le decía que sus poemas eran muy hermosos pero que no se parecían a los de… y no terminaba de decir a los de quien porque ya había prometido que no volvería a hablar de Ricardo.
-Cásate conmigo y viviré para hacerte feliz lo que me resta de vida. –Le propuso él, mientras caminaban por la placita. Ella se detuvo, lo abrazó, lo vio a los ojos detenidamente y le dijo:
-Eres muy guapo, pero eso no es lo más importante en ti, sino la persona que eres, tienes tantas cualidades, eres el hombre que cualquier mujer desearía, yo te quiero mucho, pero no te amo, tu ya conoces mis sentimientos, si Ricardo no existiera me casaba contigo sin pensarlo.
Ovidio comprendió que su amiga, seguía pensando en el otro, en el imposible y él ya se estaba cansando de lo mismo, Blanca iba a envejecer enamorada de alguien que ni siquiera sabía que ella existía.
Aunque delante de Ovidio, Blanca trataba de hacer, como que no se acordaba de su poeta, al estar sola lo evocaba con todas sus fuerzas.
La camisa estaba celosamente guardada, era la única evidencia de que había estado con el numen de sus sueños.
Una noche la sacó, se la puso para poder recordar aquella única y maravillosa vez que pasó con él, ella estaba segura de que así fue, recordó uno a uno los poemas y aquella voz tan calida y apasionada, el aliento tibio en sus oídos, era real, estas cosas las sentía, y por nada del mundo eran producto de su imaginación, como le quería hacer sentir su amigo.
Sumergida en sus pensamientos estaba, cuando tocaron a su puerta, por un momento pensó no abrir, a lo mejor era Ovidio y le indagaría el porqué tenía puesta esa camisa, pero no; a su amigo no le podía hacer semejante barbaridad y se dispuso a abrirle.
Un ramo de rosas tapaban la cara, -Pasa, -le ordenó, -dame las rosas que las pondré en un jarrón. Cuando tomó las rosas se dio cuenta que aquel no era Ovidio, sino su poeta, se lanzó a sus brazos y lo besó apasionadamente, deseó que su amigo estuviera ahí para que comprobara con sus propios ojos, que Ricardo era real y no un sueño.
-¿Cómo está mi pequeña semidiosa?
-Extrañándote cada segundo de mi vida, ¿Cómo me encontraste?
-El empleado de La Trampa me dio tu dirección.
-Que pasó aquella noche, ¿porqué yo no desperté en tu apartamento?
-No lo se, yo también me dormí y cuando desperté ya no estabas, te habías ido.
-Es que no recuerdo esa parte, pasaron tantas cosas confusas, perdona que me traje tu camisa.
-Es tuya, para que me recuerdes siempre y yo conservaré tu vestido azul como presea, pues aun tiene tu olor.
-Quiero que conozcas a mi amigo Ovidio, el dice que solo estás en mis sueños.
-Pues llámalo para que compruebe que soy real.
Marcó el teléfono de su amigo, pero en el contestador había un mensaje para ella: -“En este momento no me encuentro, pero si la que llama es mi amiga la soñadora, quiero decirte que voy para allá”.
-Mucho mejor ya viene para acá, no debe tardar, que sorpresa se va a llevar cuando te vea.
Mientras esperaban se dedicaron a hacerse caricias, a perderse en abrazos apasionados y a platicarse cosas típicas de enamorados.
Cuando Ovidio llegó, ella llena de emoción lo confrontó, -mira; date cuenta, este es Ricardo y es real, vino a verme y me trajo rosas, tócalo para que compruebes que es de carne y hueso, salúdalo, no seas mal educado, dile que pensabas que era una fantasía de mi cabeza, me debes una disculpa, anda discúlpate, dime que yo tenía la razón.
Ovidio quedó paralizado, temía que llegara ese momento, pero no había duda, aquello era lo que él nunca hubiera querido que pasara. Vio a Blanca, había pasión y excitación en sus palabras, a él se le estrujó el corazón y empezó a llorar, la quiso abrazar pero ella lo rechazó.
-¿Como te atreves a quererme abrazar delante de Ricardo? –Le gritó ella.
-Blanca te amo no voy a permitir que…
-¿Qué te pasa Ovidio?, creí que eras mi amigo, no soportas verme feliz con Ricardo, ¿verdad?, egoísta, ¿donde está el amor que dices que me tienes? si así fuera estarías feliz por mí, vete de mi casa mal amigo, no quiero volver a verte en mi vida.
Estaba frenética empujaba a Ovidio fuera de su casa, hasta que logró sacarlo y cerró la puerta. Adentro ella quedó hecha un mar de lágrimas, se refugio en los brazos de su amado, mientras él la consolaba y le prometía no separarse de su lado, le decía que lo que había pasado no tenía importancia, que el comportamiento de Ovidio era natural en un hombre celoso, pero que eso no sería obstáculo para que ellos dos se amaran por siempre.
El compungido amigo, regresó media hora después, venía dispuesto a todo, nada ni nadie podría arrebatarle a esa mujer, tenía que protegerla a costa de lo que fuera, se sentía responsable por ella, todavía estaba a tiempo de hacerla reaccionar.
Tuvo que tirar la puerta porque ella se resistió a abrir, la tomó en sus brazos, a pesar de que ella pataleaba y forcejeaba para zafarse, gritaba pidiendo auxilio, llamaba a gritos a Ricardo para que la ayudara, pero fue inútil, Ricardo solo se limitó a decirle adiós desde la puerta.
Ovidio la llevó a un lugar donde estaba seguro que ahí; le harían olvidar a Ricardo, que tratarían de quitarle por todos los medios posibles aquella enfermiza obsesión. Confiado la dejó ahí. Prometió a quienes la cuidaban que siempre estaría pendiente de ella.
Ovidio no dejó de visitarla ni un solo día, aunque no le dirigiera la palabra, ni levantara la vista para verlo, percibía siempre que tenía sus labios apretados como si guardara en ellos una maldición.
No dejó de leerle poemas, aunque ella lo ignoraba totalmente. Pero Ovidio tenía paciencia, esa paciencia que tienen solo aquellos que aman con el espíritu y el corazón y cada visita para él; era como la renovación de aquel amor, amor que no se había perdido a pesar del tiempo y de las circunstancias. Y de esta forma se fueron las semanas y los meses y en una de las tantas visitas, sucedió algo que lo emocionó hasta provocarle el llanto, ella le sonrió y hasta le habló.
-Gracias por las rosas, están muy lindas.
Ovidio no pidió más, con que ella le hablara le bastaba, ahora las visitas tenían otro sentido, avanzaba de forma considerable, hasta le hacía preguntas y él se las contestaba de la forma más prudente que podía, pues no quería estropear lo que había logrado.
Ganas no le faltaban de quedarse allí con ella, pero había que respetar ciertas normas.
Las noches se le hacían eternas, pensaba en lo que le diría al siguiente día, si estaría en la misma disponibilidad de recibirlo, de que forma tratarla para no hacer que se molestara, se preguntaba si ella pensaría en él, ó si todavía estaba obsesionada con el otro.
En cada visita el la consentía, le llevaba las golosinas que a ella le gustaban, si se le antojaba algo; por muy difícil que fuera él buscaba las formas de complacerla, le llevaba revistas para que se distrajera, algunas veces le había pedido que le llevara el diario, al día siguiente le comentaba lo que había leído, le horrorizaban las noticias sangrientas, pero aun así las leía, él la escuchaba con deleite y rogaba a Dios que no fuera a cambiar, todo lo contrario; que avanzara positivamente, quería volver a tener a la amiga de siempre, la mujer dulce, alegre, jovial, a aquella que confiaba en él a ojos cerrados.
La llamada tan esperada tuvo lugar un lunes por la mañana, esa llamada la había estado soñando durante meses, ahora era una realidad, había que prepararse, iría por ella, se preguntaba adonde la llevaría, había que pensar en un buen lugar, ella se lo merecía todo, claro, era la mujer de su corazón y en el no había cabida para otra.
Cuando llegó; la vio sentada en el mismo banco de siempre, vestida con la misma bata blanca, con la que la miraba a diario, sostenía en sus manos un recorte del diario donde se leía: “famoso cantante latinoamericano se presentará el próximo jueves en…
-¿Me llevas? le dijo, mostrándole el anuncio.
Ovidio tembló, los recuerdos se agolparon en su cabeza, tuvo la impresión de que todo iba a volver a empezar.
-Se llama Ricardo, es cantautor, dicen que es muy bueno, ¿lo has escuchado?
El la abrazó, la retuvo así por algunos minutos y después le contestó:
-No, nunca lo he escuchado, en realidad a mi la música ideológica no me gusta.
-¿Como sabes que es ideológica?
-No se, lo supongo, como es cantautor.
-Bueno dejemos ese tema, que si a ti no te gusta, a mi tampoco me va a gustar, -¿me trajiste el vestido? quiero cambiarme y salir cuanto antes de este lugar, me crees si te digo, que lo último que recuerdo de allá afuera, fue la tarde cuando estuvimos tomando vino y después nos pusimos de acuerdo para ir esa noche a “La Trampa”, ¿todavía existe ese lugar?
-No, lo cerraron, parece que descubrieron ciertas anomalías, los intelectuales dejaron de frecuentarlo, parece que hubieron denuncias de que alteraban las bebidas, entre otras cosas.
Salieron de aquel lugar tomados de la mano, él con una sonrisa de satisfacción, pues había rescatado a la mujer amada de la trampa de su propio cerebro, ella; con un nuevo brillo en los ojos, iba tarareando una canción –“Si pudiera una botella guardar tiempos de ayer…, mientras miraba de reojo a su fiel amigo, vestida de azul se veía esplendorosa.
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