martes, 3 de diciembre de 2013

Se de un niño que sabe de una mujer


Ella, en la madurez de sus años, pensativa mira al cielo, con ese rictus de virgen pasada de moda, piensa en lo injusto, en ese juego en el que la vida envuelve a las personas poniéndolas en lugares equivocados, dando o quitando años, juntando o separando amores, hablando idiomas diferentes con la lengua, pero el mismo idioma con el corazón. Dueña de un sentimiento del tamaño del mundo, un sentimiento herido, sangrante, un sentimiento listo para ser hospitalizado, los ojos que reflejaban su interior no pueden mentir.

Él, joven soñador, alegre, optimista, enamorado de cuanto la vida le pone enfrente, la ve como ese algo inalcanzable, como a la diosa intocable, como a ese ser al que hay que proteger y dar amor, se quiere meter en ella para protegerle y curarle el corazón, ese corazón que raya en nostalgia, la quiere para si, la quiere por esas cosas que nadie puede explicar.
A diario la sueña y la trae a su mente y en ese deseo de cercanía, la coloca a su lado. 

- Me gustan mucho tus ojos. –le dice con ternura - quiero verme en ellos, ¿Te puedo llamar Penélope?
- Dime como quieras mi niño. -Responde ella con dulzura – Aunque mis ojos amenazan con apagarse
- No mi amor, déjame besarlos. -Le replica -Eres tan dulce, haces que me palpite el corazón y se sonroje mi alma. Mi dulce Penélope, solo quiero verte sonreír, pues tu sonrisa es adorno a tu belleza.
- Tus palabras me alientan en mi nostalgia, ahora que siento como si el frío se llevara mi alma hacia otro lado. – Musita ella, con lágrimas corriendo por sus mejillas.
- ¡Mujer! – Suspira él, en un impulso por abrazarla. 
- Debo irme – Dice ella con un sollozo apagado y volándosele el vaporoso velo que cubre su rostro. -Te veré hasta que mi alma regrese a este cuerpo nostálgico.
- ¡Mujer! – vuelve a decir él, cogiendo el velo entre sus manos y tratando de contenerla.
- Adiós mi niño, no quiero agobiarte, adiós…
- ¡Mi amada! No me agobias, preciosa, no te vayas…
- Me voy, que en el ocaso se junta el cielo con el mar. - Susurra ella con armónico arpegio. 
- Y viene la noche ¡Mi amada! Te esperaré hasta que nuestras almas se encuentren. – Le dice, lleno de deseo incontenible.
- Así será – Dice con su voz cansada, y lanzándole un beso que se desvanece como ella misma en medio de la nada.

El se queda sentado viéndola desaparecer, por un momento quiere abrazar la nada, pero la nada lo deja silbando “Mi alegría” en silencio. 
La espera en el mismo sitio, asomado a la ventana con flores en las manos, flores que luego se marchitan en la espera. Sabe que ella volverá, su apasionado optimismo se lo dice, sabe que volverá el día que ella decida despojarse de la cordura que la atrapa y solo entonces ambos sonreirán y el sueño se habrá acabado.

- ¿Me esperabas mi niño? - dice ella, y él sonríe como si nunca se hubiese ido.


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