Preparó su pequeña y vieja maleta de cuero hecha por talabarteros del pueblo, se dio cuenta que solo tenía cuatro vestidos ya gastados, los mismos con los que había llegado hacía cuatro años atrás. Se puso los zapatos pasados de moda, y que limpiaba a diario para que no fueran a arruinársele. La pañoleta raída en su cuello y el sombrerito de lona le daba un aspecto tan miserable; como miserable había sido su vida al lado de Joaquín.
Elvira pensaba
que quizás Joaquín se había cansado de verla siempre en fachas, y aunque lo
esperaba siempre muy limpiecita y olorosa a jabón del baño reciente; concluía que el mal estaba en el atuendo. Se fue al mercado, compró un vestido de los más baratos pero que
entallaba muy bien en su curvilínea
figura que aun conservaba a pesar de los años,
un carmín para su pálido rostro y un pintalabios que la hiciera lucir coqueta.
Lo esperó como
siempre hacía cada domingo, pero Joaquín no llegó ni ese, ni el domingo
siguiente; así que Elvira tomó su maleta
y se marchó por la polvorienta calle, dejando atrás los sinsabores de los últimos años,
se perdió entre el tumulto y el
bullicio de la gente que esperaba subir al tren ese
día.
Se
conocieron en la secundaria, ninguno
de los dos había percibido al otro, se
habían visto de pasada nada más, y quizás habían compartido algún saludo
necesario de compañero.
Los años
pasaron, cada uno formó su hogar y
tuvieron sus respectivos hijos, pero por esas cosas que la gente llama
destino; se encontraron caminando por el pueblo después de décadas
de no verse. Se dieron un apretado abrazo y se quedaron tomados de la mano
observándose el uno al otro, analizando cuanto
habían cambiado en todo ese tiempo.
Se besaron de
despedida sin comprender en realidad lo que estaba pasando, cada uno formuló en
su cabeza un deseo por el otro y decidieron aventurarse a vivirse y sentirse
como una experiencia nueva, queriendo recuperar un poco aquellos sentires de
adolescentes que tanta falta hace cuando la rutina arruina la vida de los
matrimonios.
Elvira abandonó el hogar, se fue
a vivir a un pequeño cuarto que le había
alquilado Joaquín. Las primeras semanas;
las hormonas echadas a andar estaban presentes en cada mirada, en cada
caricia y en cada encuentro carnal.
Joaquín solo
estaba por ratos, a Elvira le disgustaba
esa situación, ella había dejado todo por él,
pero no era igual del otro lado, así que se aguantaba y lloraba en
silencio.
Meses y años pasaron,
la soledad invadía a la pobre Elvira, Joaquín se ausentaba por
días enteros y cuando llegaba al cuartucho viejo; no preguntaba nada, ni
conversaba, se dedicaba a cumplir como hombre aquello que a Elvira ya no le
interesaba, luego se iba sin despedirse,
dejando unos cuantos billetes en
la destartalada mesita, sumiendo de esa
forma a Elvira en una terrible
frustración.
Pasados unos
días; Joaquín se presentó en el viejo
cuarto con maleta en mano y con la firme decisión de compensarle a Elvira la carencia a la que la había sometido
todo ese tiempo, se sentó en la cama a esperar a que regresara de los mandados,
ignorando que ella iba con rumbo desconocido, para olvidarse de las mismas carencias.